martes, 1 de abril de 2008

ASAMBLEA DE IU VALLADOLID: ANÁLISIS DE LOS RESULTADOS Y PESPECTIVAS


Los resultados del 9 de marzo no pueden sino interpretarse de forma negativa por parte de cualquier persona de izquierdas.

Sólo mirando los resultados como si de una competición deportiva se tratara podríamos sacar la lectura positiva de la derrota del PP. Pero con un poco más de perspectiva veremos que las tendencias son muy preocupantes: es la primera vez desde 1977 que un Gobierno vive unas elecciones críticas[1] tras su primera legislatura. No solo eso, sino que el PP ha sido la segunda fuerza política prácticamente con el mismo número de votos que logró la mayoría absoluta en 2000. El PP ha logrado recuperar 400.000 votos tras una legislatura en la que ha realizado una oposición ultramontana y estridente, que podría pensarse que debería haber alejado al votante más moderado. No ha sido así, y el saldo es una levísima mejora de los socialistas, que no viene a recoger los centenares de miles de votos perdidos por otras fuerzas a su izquierda.La realidad muestra que si Zapatero quiere asegurarse un pacto estable para la presente legislatura sólo lo podrá hacer con la derecha nacionalista. Y eso permite vislumbrar un gobierno más dócil con la derecha y menos dispuesto a batirse (si alguna vez lo estuvo) el cobre con sus poderes fácticos. Y ya sabemos lo que eso significa.

Dichos resultados sitúan a IU ante una reflexión profunda que debemos evitar afrontar desde perspectivas que pueden explicar la situación en parte pero no en toda su complejidad.

En ese sentido, nos preocupan los análisis que sobredimensionan algunos factores concretos, como pueden ser:


- La influencia de condicionantes externos: no podemos caer en la autocomplacencia ni en el victimismo. Culminamos un ciclo de pérdida continuada de apoyo social en el que debemos asumir nuestra responsabilidad.
- Los errores propios más recientes: habrá que revisar y hacer balance, sin duda, de la línea política aprobada en la VIII Asamblea y de nuestro trabajo parlamentario, pero no podemos explicar con ello un fenómeno del que los resultados de 2008 solo son un colofón.

Creemos que, para estar a la altura de las circunstancias, no podemos hacer como que no ha pasado gran cosa y continuar sin cambios importantes, e igualmente debemos evitar centrar el debate exclusivamente en relevos internos si no es acompañándolo de una profunda reflexión de fondo. Seguramente, una tarea así no puede ser abordada en los breves plazos que nos hemos fijado para celebrar nuestra próxima Asamblea Federal. Es por ello que la organización provincial de Valladolid exhorta a que la misma se plantee como un punto de partida y no se cierre en falso este debate.

Debemos partir de un análisis acertado de lo ocurrido, procurando discernir qué factores, coyunturales y estructurales, han tenido más peso.

Los datos: algo más que voto útil

Si observamos, siquiera por encima, los resultados del 9 de marzo, llama la atención que la pérdida de votos de IU (y de otras fuerzas, sobre todo en Euskadi y Cataluña), que rápidamente hemos interpretado como un trasvase al PSOE, no ha tenido un efecto importante en el electorado de este. Apenas ha subido 40.000 votos, a pesar de que los votos perdidos por otras fuerzas, presumiblemente en su favor, son más de 700.000. Habida cuenta de la baja abstención, es poco probable que nuestro voto pueda haber ido allí, con lo que lo más plausible resulta una recepción socialista de buena parte de todos esos votos que habría venido a compensar una importante pérdida hacia su derecha: parece razonable pensar que el incremento del PP y UPyD sea gracias a exvotantes socialistas, en mayor medida que nacionalistas o de fuerzas más a la izquierda.

Afinando un poco más, veremos que más de la mitad de los votos que pierde IU se concentran en provincias en las que el PSOE, no solo no sube, sino que desciende en apoyo electoral. Es el caso de nuestra provincia, pero de forma muy significativa, el de Valencia y Madrid, así como de la mayoría de las provincias andaluzas. Hablamos, por tanto, de un significativo giro hacia la derecha del conjunto del electorado.

Y si nos centramos en el análisis del voto de IU por territorios, veremos nuestro descenso se ha concentrado precisamente donde más posibilidades teníamos de obtener representación, donde más “útil” era: más de la mitad de los votos se pierden entre Madrid, Valencia, Sevilla, Asturias y Barcelona. Es precisamente en las “zonas blancas”, allí donde alcanzar un escaño es casi imposible, donde menos se acusa la caída y, en algunos casos, incluso se mejora. No hay, por tanto, un descenso homogéneo, sino concentrado en aquellas zonas donde más apoyos obteníamos. Esa tendencia se observa a todos los niveles: dentro de Castilla y León, un tercio de los votos se pierden en Valladolid (la provincia con mejores resultados), y a su vez más del 90% se pierden en la capital de la provincia. Cuanto más cerca se está de “tocar suelo”, menos se nota la crisis electoral.

Por tanto, no cabe hacer lecturas locales más que para explicar muy parcialmente la crisis. Hay un problema general y una tendencia fuerte de cambio de la composición social de nuestro electorado, que debemos estudiar muy detenidamente.

La puntilla de la ley electoral y el bipartidismo

Poco cabe decir que no se haya repetido hasta la saciedad en los últimos días acerca de la injusticia y la desproporcionalidad del sistema de reparto de escaños. Una cierta ola de sensibilización parece haberse despertado con respecto a este tema, y deberíamos ser capaces de aprovecharla para impulsar una reforma que es de justicia, más allá de lo que nos pudiera beneficiar.

Pero no podemos quedarnos en esta denuncia, ni achacar el resultado a los perversos efectos de un reparto por circunscripciones que no respeta el principio “una persona, un voto”. Aunque es cierto que genera un círculo vicioso (no solo recorta el valor de nuestros votos, sino que seguramente condiciona previamente para que no sean más), todo apunta a que en nuestra crisis electoral pesan otros muchos factores. Sería ridículo que nos engañáramos pensando que hay cientos de miles de personas deseando votarnos, pero no lo hacen por una mera cuestión aritmética. Otras opciones de izquierda en Europa, y la propia IU en otros momentos, han conseguido un apoyo mucho mayor con sistemas electorales igual o aún menos proporcionales.

La ley electoral nos da la puntilla, es un palo entre las ruedas en el dificilísimo trabajo de una fuerza que no pretende ser una mera marca electoral, sino una herramienta de transformación social. Pero no demostraríamos estar a la altura de las circunstancias si nos limitáramos a echarle la culpa al “empedrao”.

La impresionante fuerza electoral de la derecha

En ocasiones se intenta poner en comparación la evolución electoral de IU hasta 1996 con la posterior, obviando la entrada en juego de un factor que seguramente ha tenido mucha importancia: la consolidación del PP como opción real de Gobierno. La solidez de su electorado se ha convertido en una alarma permanente para el electorado de izquierdas, que en buena parte llegó a apoyar a IU mientras creyó imposible la llegada de la derecha al poder o minusvaloró la trascendencia de ese hecho.

Como hemos señalado, el PP ha perdido las elecciones revalidando sin embargo su techo histórico. Sigue avanzando firme en las zonas obreras sin perder su voto tradicional, y da la sensación de que empieza a calar el discurso de mano dura entre sectores importantes de la clase trabajadora (discurso Sarkozy, al estilo del contrato para inmigrantes). Y esto lo consigue en una legislatura en la que ha conseguido movilizar a las bases sociales de la derecha de una manera muy importante. Lo que parecía que era una mera reafirmación de los sectores más reaccionarios que podía perjudicar electoralmente, ha acabado por ser una tarea eficaz para marcar la agenda política y homogeneizar a sus bases.

La ausencia de movilización por la izquierda

La izquierda política, social y sindical en su conjunto ha sido incapaz de situar sus reivindicaciones en la calle y aglutinar en torno a ellas a una amplia demanda ciudadana, como sí ha hecho la derecha. Ésta ha sido quien ha marcado la agenda, los temas a debatir, y ha dejado en un segundo plano las críticas por la izquierda a la acción del Gobierno.

Además de la presión de la derecha, también nuestra propia actividad ha dificultado la movilización. Izquierda Unida, pero también los sindicatos y los movimientos sociales en su mayoría, han optado por intentar recoger mediante una colaboración directa con el Gobierno, los frutos de la ola de luchas de la última etapa del Gobierno Aznar. Ese trabajo ha dado sin duda sus frutos en muchos terrenos, y esa actuación responsable en busca de mejoras concretas para la ciudadanía ha sido bien valorada.

Pero no es menos cierto que la bipolarización durante toda la legislatura y el hecho de conseguir mejoras mediante negociaciones bilaterales “en frío” no ha ayudado a que se percibiera el papel que las fuerzas políticas y sociales a la izquierda del Gobierno han jugado. Por el contrario, han ayudado a mejorar la percepción de la actuación de este y a difuminar la pluralidad política. La imagen del “PP contra todo lo demás” ha reforzado la tendencia bipartidista, que no solo ha afectado a IU, sino a prácticamente todas las demás fuerza políticas.

Quizás hemos vivido durante bastante tiempo de la herencia movilizadora de muchos años atrás, pero hemos perdido la capacidad de generar conciencia crítica a través de la movilización, no ya para captar votos, sino para dar la batalla en el terreno cultural.

El problema de la hegemonía cultural

Resulta evidente que cada vez nos es más difícil conectar con la sociedad a través de nuestro programa político. Al margen de las dificultades de acceder a los medios de comunicación y de nuestros propios errores, nuestro mensaje parece entrar en confrontación con la mayoría de la opinión pública. Incremento de la carga fiscal, austeridad en el consumo, etc. son ideas que chocan con un sistema de valores que ha calado hondo en la sociedad, al que parte de la izquierda no nos hemos preocupado de combatir suficientemente y al que otra parte de la izquierda hace tiempo que se ha rendido con armas y bagajes.

Ante ello, un debate sobre nuestra línea política en términos de oferta (una imagen más moderada o más radical, más roja o más verde, etc.) resulta prácticamente inútil. Resulta bastante más útil, como suele señalarse desde el movimiento ecologista, centrarse en la “gestión de la demanda”: preocuparse por reactivar la conciencia crítica en amplios sectores de la sociedad. Si no damos la batalla en este terrenos veremos como nuestro margen se estrecha cada vez más presionándonos a optar entre la adaptación a las corrientes mayoritarias o la marginalidad.

Pero conviene no perder de vista que, aún en este difícil momento, un millón de personas han seguido optando por Izquierda Unida. Muchas de ellas en provincias como la nuestra en la que obtener representación se antojaba muy difícil. Esa es la base con la que hay que empezar a trabajar, a toda esa gente debemos abrirnos para volver a abrirnos camino entre sectores cada vez más amplios.

Nuestra propia indefinición

Izquierda Unida lleva sumida en una crisis permanente prácticamente desde su propio nacimiento. Si bien nuestras propias contradicciones internas permanecieron en un segundo plano mientras los resultados electorales acompañaron, la constatación de que ni a pesar del mayor descalabro del PSOE se lograba levantar el vuelo, nos sumió definitivamente en la desorientación y la confrontación permanente.

Una crisis que se manifiesta de forma recurrente en nuestra siempre polémica relación con el Partido Socialista y en la a veces confusa política de alianzas, en la tensión entre el plano institucional y el de la movilización social, entre la lucha por las conquistas concretas y el horizonte de transformación social profunda, entre la adaptación por supervivencia al plano electoral y la resistencia a vernos fagocitados por el sistema. Todo ello aderezado con la ausencia clara de liderazgo, nuestras tendencias fratricidas y las dificultades para comprender y actuar sobre una sociedad en profunda y continua transformación.


Debemos abrir, y así comenzaba esta reflexión, un debate muy profundo: sosegado, abierto y autocrítico. Un debate que no nos paralice, que nos permita seguir trabajando, pero sin dejarnos llevar por la inercia.

La autocrítica, por último, no puede ser destructiva. Decir que lo hemos hecho todo mal sería también poco útil: en nuestro ámbito concreto hemos de reconocer el abnegado trabajo de las personas que han trabajado en torno a la Comisión Electoral, sacando adelante una campaña más que digna en unas condiciones muy difíciles. El análisis sosegado revela que seguramente poco se podía hacer ante una tendencia que iba mucho más allá del trabajo de las últimas semanas y que no se circunscribía a nuestra provincia. Izquierda Unida puede cargar con el peso de nuestros errores políticos, pero no lo hace con nuestra falta de esfuerzo. El principal activo político de IU es el de las mujeres y hombres que componen y apoyan este proyecto, y de ello deberemos partir para tomar impulso.

[1] Se suelen denominar elecciones críticas aquellas en las que existe una pugna real entre dos opciones por ser la fuerza mayoritaria y/o alcanzar el Gobierno. Sí lo fueron las de 1982, 1996 (1993 en menor medida) y 2004, pero no el resto, con mayorías aseguradas de UCD, PSOE y PP.

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